3 jinetes apocalípticos en un ambiente laboral

3 jinetes apocalípticos

Ese apartado en el curriculum vitae en el que describimos nuestras actitudes, habilidades blandas y demás cositas de ser humano, y en el que seguramente agregamos medias verdades o verdades futuras, al estilo de «ahora no lo soy, pero si me contrata lo seré». Motivación, asertividad, liderazgo, trabajo en equipo, persuasión, paciencia y muchas más que en su conjunto serían el perfil perfecto, y siendo honestos, el sueño dorado de cualquier departamento de recursos humanos.

Los seres de luz en el corporativo existen, poquitos pero existen. Es como la historia de las brujas, no creo en ellas pero que las hay, las hay. Bueno, que no he venido a hablar de temas esotéricos, que eso lo manejaba mejor Elizabeth Montgomery. Hoy quiero hablar de tres actitudes negativas que echan por tierra los arcoíris y mariposas que con tanto mimo dibujamos en la hoja de vida, tres actitudes a las que he querido llamar jinetes apocalípticos, esos que tienen por bandera devorar tu integridad sin que te des cuenta. Abramos entonces el telón a: la crítica, la queja y a las comparaciones.

La crítica: ¡No insistas! solo está reconocida profesionalmente en todas las formas de arte y la gastronomía.

Me refiero a la crítica malsana, a la que no tiene buena intención, que empieza como un comentario entre a y b sobre c y se convierte en un chisme candente. En mi época de trabajo de oficina, critiqué… y sí que critiqué. Era mi válvula de escape para soltar mis desacuerdos respecto al desempeño o forma de ser de algún colega, pero en ausencia del colega. Eso de «se tenía que decir y se dijo», a este nivel, es una reverenda pérdida de tiempo y una falsa sensación de frescor. Las horas que utilizamos para criticar a alguien bien se podrían emplear para mejorar algún aspecto nuestro, porque somos infinitamente imperfectos y hay mucha madera que pulir.

Sí, hay gente mala que se merece todo menos un buen comentario, pero ¿por qué no decírselo directamente a la cara?, ¿y si aprendemos a controlar nuestra reacción?, ¿conocemos plenamente las circunstancias de la otra persona?, ¿necesitas criticar… de verdad lo necesitas?

La crítica como pausa activa y como entretenimiento es dañina, porque dices ser buena persona pero esta actitud te descalifica como tal, porque se nubla el juicio para tomar las decisiones objetivas que necesita tu empresa y porque es una rueda de hámster. La única crítica que necesitas es la autocrítica para ser mejor que ayer y ganarte ese ascenso que llevas años persiguiendo.

No todas las personas pueden aguantar una crítica directa y no todas saben expresar lo que piensan sin provocar un tsunami. Ante esta situación queda el recurso de la mediación, cuando la terquedad o mala onda de la otra persona impide que podamos realizar el trabajo para el que nos contrataron. Si la situación es distinta y simplemente no hay conexión personal, es mejor abstenerse de criticar, porque el problema es tuyo que no sabes gestionar que alguien te caiga mal. ¿Solución? La cortesía y la diplomacia que nunca fallan.

Un ambiente laboral cargado de crítica chismosa está condenado a limitar el potencial de quienes lo habitan.

La queja: ¡¿Qué te pasa, María Dolores?!

Exteriorizar el inconformismo es sano, no se puede encontrar una solución si no se habla de él, pero expresarlo con las palabras y el tono erróneos podrían convertirte en la María Dolores de la oficina. Quejarse siempre ha sido tendencia, es una actitud improductiva por excelencia y es otra rueda de hámster que debe evitarse a toda costa si has puesto en tu curriculum que tienes una habilidad afinada en el arte de solucionar.

Quejarse tiene un efecto paralizante en el ambiente laboral, se enfoca la atención en el punto negro diminuto que está en medio de una pared blanca impoluta, cuando la pared misma te ofrece soluciones en bandeja.

Y no, no tiene que ver con el famoso dicho de «el que no llora no mama», porque por lo menos éste tiene un propósito y es positivo. La queja en el ambiente laboral que evita la productividad es más del tipo «estoy en desacuerdo, no me gusta y la solución no es mi problema». Quejarse del impacto que pueda generarte los problemas de otros ya te hace parte del lío si no tienes la intención de ser un buen jugador en equipo.

¿No puedes contenerte y necesitas quejarte? Aprende entonces a quejarte mejor: describe brevemente el problema (no te enfoques en los responsables, que eso ya lo hará el jefe para temas de corrección); lista los efectos que produce el problema sobre el bienestar de la empresa y de tu equipo de trabajo (no lo hagas personal o serás el bebé llorón) y finalmente presenta lo que, a tu criterio, sería la mejor manera de solventar la situación.

Si no puedes ofrecer una solución, la mejor ayuda es dejar espacio a quien sí la tenga, o puedes ofrecerte voluntario a echar una mano para que por lo menos aprendas cómo se hace. Te han contratado para fabricar soluciones, no lo olvides.

Las comparaciones: si comparas lo incomparable es porque repetiste varias veces la asignatura de matemáticas.

El benchmarking está harto de que lo utilicen como excusa. Que es bonito que los conceptos del corporativo sirvan también de referencia para ser mejor persona además de profesional, pero en el caso de las comparaciones, odiosas y envidiosas por cierto, son otro protagonista del novelón de oficina. A este jinete le gusta medir con la misma vara, y resulta que estamos hechos de moldes y tornillos distintos, por lo que la vara está de más a la hora de comparar.

Los supervisores y demás jefes de mando medio son los más proclives a caer en la tentación. El comparar el desempeño de sus empleados es un punto de referencia para la mejora y por algo se inventaron los índices de desempeño, pero el mal juicio ocurre cuando se compara el carácter, el estilo y no el proceso o resultado. Una vez más, la apreciación y opinión personal nos aleja de lo que realmente importa: las diferencias nos hacen únicos, y ese es el capital más valioso del corporativo, un talento humano diverso que nutra la estructura empresarial.

Otro tipo de comparación es la que hacemos nosotros mismos con respecto a nuestros colegas de oficina. O bien rogamos para que la otra persona sea y se desempeñe como nosotros o queremos ser exactamente igual a Marlene, la de finanzas que a sus veintiséis años de edad ya es encargada de área.

Compararse es un obstáculo para la profesionalización, porque nos reflejamos en un espejo ajeno con antecedentes distintos. ¿Sabías que Marlene estudió y trabajó simultáneamente desde los dieciséis años y que ha invertido sus ahorros en dos másteres? Y tú, a los casi cuarenta, has decidido formar una hermosa familia y comprar (con hipoteca) la casa de tus sueños. Ambas decisiones son valientes y por lo tanto no hay nada que comparar. Absolutamente nada.

La compasión, es la cura a este vicio de las comparaciones. Solo hay que entender (o grabarse con fuego en la cabeza) que el crecimiento personal es distinto, vivimos etapas en épocas diferentes y soñamos en direcciones diversas.

Sí, sí… que la libertad de expresión, que tenemos el derecho pleno a decir lo que nos apetezca y cuándo nos apetezca. El problema, mis amigos, es que se interpreta mal y en lugar de expresión estamos usando la agresión, que puede no ser de intención violenta, pero estamos agrediendo a nuestra valiosa integridad, esa misma que con estrellas en los ojos hemos prometido poner a disposición de una empresa para construir algo juntos.

¿Quieres un ambiente de trabajo que sea testigo de tu evolución? Pues libera a los jinetes y enfócate en tus propios asuntos, porque lo de montar a caballo no es tu fuerte.

Muchas gracias por leer y hasta la próxima vaina.

Sandra.

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