Sé bailar salsa, es lógico (suspiro con humildad) tengo sangre latina… bueno, eso pensaba. Fui la otra noche a una clase de Salsa con mi marido, solo para entretenernos un rato, y aunque él es europeo, tiene un buen compás para los ritmos de este tipo. Cuando bailamos juntos en alguna fiesta, todos los ojos se posan sobre nosotros y nos llenan de elogios, porque ver a un europeo y a una latina dominando la pista de baile es un espectáculo (otro suspiro de humildad).
Clase concurrida, diversidad de nacionalidades. Mi marido y yo compartimos una mirada cómplice de algo así como: «vamos a enseñarles a estos cómo se hace». El profesor inició con unos sencillos pasos al son del 1, 2, 3, 4… 5, 6, 7. ¡Fácil! —me dije— esto lo puede hacer cualquiera. Sin embargo, observé a mi marido que estaba al otro lado de la sala y me percaté de que su coordinación no era para nada acertada, lo cual me produjo carcajadas reprimidas al recordar que su ritmo lo había aprendido en YouTube. La vaina se fue complicando, y el profesor fue agregando pasos más complejos, que para mi sorpresa, me fueron envolviendo en una pérdida de coordinación (y frustración) al enterarme que no tenía, ni por asomo, la técnica del baile. Me causó gracia y me burlé de mí misma, porque como empírica del baile caliente, había asumido que lo tenía controlado, después de haber aprendido todos mis movimientos observando a mis familiares y amigos en las fiestas de juventud.
Durante nuestro desarrollo personal y profesional elegimos qué aptitudes cultivar con teoría para ir dándoles una forma bien definida, creando bases sólidas que soporten el camino que nos dirigen a nuestros objetivos, mientras que hay otras aptitudes que no hacen parte de nuestro proyecto de vida y que vamos alimentando con el conocimiento de la calle, con el aprendizaje en vivo y en directo para hacerlo más divertido. Es totalmente razonable que decidamos mantener válvulas de escape para reiniciar nuestro cerebro de vez en vez cuando el camino se torna complicado, ¿pero qué sucede cuando nuestras aptitudes no formadas académicamente, se convierten, sin planearlo, parte esencial de nuestro crecimiento integral?
Hace alguno meses, me encontré con un amigo para ponernos al día en los sucesos recientes de nuestras vidas, caballero de mi aprecio y quien ha construido una gran empresa durante toda su existencia, la cual representa sus pasiones en el mundo de los negocios, y que empezó y desarrolló de manera totalmente empírica. Me sorprendió saber que recientemente había decidido tomar un curso empresarial para aprender a darle forma a los procesos de su negocio, decisión que tomó tras haberse percatado de que era importante saber cómo plantear las preguntas a las respuestas que ya conocía, pues hace algún tiempo se dio cuenta además, de que tenía que hacer cambios drásticos para llevar su negocio a un nivel superior y más sostenible. —El mercado está cada vez más competitivo— me comentaba.
El empirismo, en los negocios y en la vida, no es otra cosa que tener el «saber cómo» sin haber pasado por el «para qué», es decir, que se llega al final sin pasar por el inicio teórico y académico. Y es que estas corrientes empíricas han formado a hombres y a mujeres de negocios que viven con la pasión a flor de piel y que hacen de su día a día una aventura llena de adrenalina, suspenso y riesgo extremo, combustible que los mantiene hambrientos por romper sus propios récords, pero cuando se percatan de que su cliente ha cambiado sus hábitos y que la competencia obtiene récords en vertical, fuera de su área de dominio y zona de confort, surge un escalofrío profundo y llega una visión repentina de que su negocio puede convertirse en un castillo de naipes.
Volviendo a mi divertida clase de Salsa, hubo una etapa de la práctica en que debíamos hacer dos círculos, mujeres en el circulo interno y hombres en el externo, siendo las mujeres quienes deberíamos rotar y cambiar de pareja tras las instrucciones del profesor. Las damas superábamos en número a los caballeros, así que algunas de ellas asumieron el rol de ellos. En una de las rotaciones, hice pareja con una chica joven, europea, quien me guío de manera experta por los pasos que yo tenía perdidos, y fue entonces, en ese momento cuando me sentí avergonzada con toda mi esencia latina, ¿cómo es posible que esta chica tenga mejor desempeño que yo, si los de su especie tienen dos pies izquierdos?, la respuesta me llegó en fracciones de segundos: un día decidió darle forma a su pasión por el baile, capacitarse por un tiempo para luego dominar el arte y después decirse a sí misma en esta clase de salsa: «voy a enseñarles a estos cómo se hace».
Lo que me enseñó mi cómica clase de salsa es que el empírico y el académico tienen una cosa en común: la pasión. Esta es la base de los nuevos emprendimientos, una pasión desmedida pero que permita ver con claridad los procesos necesarios para construir un negocio que baile al son que le toquen, al compás de los cambios económicos con zapatos sólidos que no provoquen caídas en la pista.
Gracias por leer y hasta la próxima vaina.
Sandra.