— Mi trabajo ya no es el de mis sueños, ahora es una pesadilla que paga las facturas.
— Déjalo.
— Para ti es fácil decirlo. Ahora necesito más aguantar que avanzar.
— Tienes razón.
— Estoy cansado de hacer lo que no quiero por dinero. ¡¿Cuándo terminará esta tortura?!
— Cuando tú decidas terminarla.
— Para ti es fácil decirlo. No soy Houdini para escapar de lo imposible.
— Tienes razón.
— Tengo una idea de negocio en mente, pero no me atrevo a tocar mis ahorros. ¡Sé que allí está mi propósito!
— Invierte.
— Para ti es fácil decirlo. La hipoteca no se paga sola y no puedo jugar con el futuro de mis hijos.
— Tienes razón.
— Merezco por lo menos un ascenso, he trabajado duro por ello.
— Solicita el ascenso.
— Para ti es fácil decirlo. Mis colegas están tan preparados como yo, tal vez más.
— Tienes razón.
— Mi familia y amigos ya notan mi ausencia, mi cabeza está en todas partes, he perdido el norte.
— Detente. Recalcula tu posición.
— Para ti es fácil decirlo. No sé hacia dónde ir.
— Tienes razón.
— Creo que estoy pasando por una crisis de la mediana edad. No la vi venir. Bueno, sabía que los años pasarían pero no estoy preparado para lo que sigue.
— Nunca se está preparado para lo inevitable. Relájate y vive.
— Para ti es fácil decirlo. Se acorta el tiempo, necesito actuar.
— Tienes razón. Tienes mucha razón.
— Pienso demasiado las cosas. ¿Si invirtiera esa energía en actuar en lugar de pensar tanto…? Olvídalo, no tengo un plan.
— ¡Diseña un plan!
— Para ti es fácil decirlo. No tengo tiempo, pero se acorta el tiempo. ¡Jodida crisis de la mediana edad!
— Tienes razón. El tiempo…
— Pero no es tarde. Sí, me quejo mucho. Sí, son mis decisiones. Sí, necesito avanzar. Si lo miro desde otra perspectiva, en este momento tengo lo que necesito, no lo que quiero, pero sí lo que necesito. El único problema aquí, soy yo. No tengo problemas afuera, yo soy mi problema.
— …
— Casi nunca tengo la razón, ahora todo es circunstancial y que yo sepa las circunstancias podrían ser eternas, pero no me determinan. Es mi actitud la que determina el valor de las circunstancias.
— …
— Empezaré por ordenar mis ideas, mejor si es en papel. Después, clasificaré mis prioridades, primero yo, por supuesto. Paso seguido, recuperaré del cajón de los recuerdos los sueños de juventud (intentaré ser lo más práctico posible). Luego, haré un cruce entre sueños y necesidades para trazar un plan de acción…
— Vas bien, continua.
— ¡No me desconcentres, que me está costando mantener este estado!
— Lo siento… ¡Pero, sigue!
— ¿Dónde iba? Ah, sí, plan de acción. Necesito objetivos, estrategias, fechas, familia, amigos. Nada mal, ya tengo un inicio, me falta motivación y disciplina, pero por lo menos ya sé donde estoy. Ufff… Qué bien se siente. ¡Que te jodan crisis de la mediana edad, aquí estoy para lo que me depares! Mañana pondré manos a la obra y aceite al engranaje.
— Bien hecho, sabía que encontrarías las respuestas, pero… ¿Y si empiezas ahora mismo? Mañana suena muy lejos.
— A veces te odio, pero tienes tú la razón esta vez. Mañana no está garantizado, pero el ahora, mi ahora, sí. ¿Qué sería de mi vida sin ti? Gracias querida conciencia, ha sido una muy buena charla. Hasta mañana.
— Querrás decir hasta ahora…
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Las respuestas a nuestras dudas existenciales casi siempre están dentro: en la conciencia, el corazón o simplemente en la experiencia.
No todas las charlas de la introspección tienen un desenlace positivo, pero sí que nos acerca más al autoconocimiento. Si nos conocemos más sabremos cómo jodernos menos.
Gracias por leer y hasta la próxima vaina.
Sandra.