Una costumbre difiere, un océano, de un hábito. La primera es ociosa y pendenciera, toda una bestia; mientras que el segundo tiene un objetivo en la mira y es todo belleza.
Previo a doña pandemia, leí a James Clear en su libro Hábitos Atómicos, libro que debería incluirse en los planes académicos en todos los niveles educativos por ser una guía súper práctica para cultivar hábitos con valor. El mensaje de Clear va más allá de la rutina que debe seguir un recién nacido para acomodarse en el mundo, y hace énfasis en aquellas acciones diarias e intencionales que tienen un objetivo claro y que deben repetirse las veces que haga falta hasta conseguir la satisfacción del logro.
¿Qué no es un buen hábito? Cuando la acción repetitiva se encuentra con la inercia es porque ha perdido el sentido. La inercia se roba la cartera que guarda el propósito con las ganas, y paso seguido envejece hasta convertirse en monotonía. En este escenario el hábito productivo no se pasó a saludar.
La monotonía es una trampa en la que hemos caído la mayoría de los mortales, una trampa todo incluido y con la comodidad de un cinco estrellas. No reconocemos que estamos en ella porque es tanto el tiempo que consume la costumbre, que al momento de ir a contar ovejas llegada la noche, la batería mental no alcanza para hacer inventario de lo bueno o malo del día, ni mucho menos para agradecer por ello.
Ejemplifiquemos lo anterior. Clemencia es madre de dos, con un esposo amoroso y trabajador y un jefe que perdería la cabeza si no fuese por ella. Esta es la rutina monótona de Clemencia:
6:45 a.m. Levantarse y poner en marcha a la tribu. Empaca almuerzos y meriendas. Su esposo se encarga de preparar el desayuno y de que todos tengan lo que necesiten para la jornada.
7:45 a.m. Llevar a los niños al colegio y luego desplazarse al trabajo. Por suerte ella y su esposo trabajan en la misma zona, así que comparten vehículo.
8:30 a.m. Inicio de la jornada laboral. Su jefe ya no sabe dónde ha dejado la cabeza esta mañana y Clemencia activa el acostumbrado protocolo de búsqueda. Todo controlado.
1:00 p.m. Hora de almorzar y de pensar que es un día como otro.
4:30 p.m. Envía un mensaje al chat familiar para asegurarse de que los niños hayan llegado bien a casa de la abuela.
6:45 p.m. Recoger a los niños y dirigirse a casa para terminar con las tareas escolares mientras que su esposo prepara la cena.
8:00 p.m. Limpiar la cocina, dejar algunas cosas adelantadas para los almuerzos y meriendas del siguiente día, hablar por chat con otra madre del colegio para organizar el evento del sábado, desmaquillarse, poner la lavadora, recoger un poco la casa. Todo esto mientras sostiene una conversación familiar sobre cómo ha ido el día.
10:30 p.m. Llegar a gatas a la cama.
…Y así de lunes a viernes. Los fines de semana son para limpiar, atender las actividades extraescolares, ir a la peluquería, comprar lo que hace falta para la semana siguiente y quedarse dormida en el sofá en los intermedios de una actividad a otra.
Clemencia se siente victoriosa, todos están sanos y salvos al final de cada día. El único pero, es que tiene una lista de objetivos personales y profesionales por cumplir y que va posponiendo porque no encuentra un hueco para dar los primeros pasos. Se ha hecho a la idea de esperar hasta que los niños terminen la universidad y se vayan de casa. ¡Clemencia, ilusa mía! ¿Cómo sabes que será así? El hecho de que la monotonía mantenga todo en orden y no falle no significa que el futuro corra la misma suerte.
El problema de Clemencia podría ser la falta de tiempo, pero en realidad son la priorización desajustada, los ciclos repetitivos con el beneficio de siempre y la comodidad de un cronograma estático. Pongamos la lupa en cada uno.
La prioridad de cualquier padre y madre es el bienestar de sus hijos. Incuestionable. Pero ese lugar que ocupa debería dejar sitio a otras acciones que también tienen como fin el bienestar familiar a largo plazo. Ajustar nuestras prioridades y agruparlas por niveles, nos ayudaría a eliminar costumbres ociosas, mantener la claridad del objetivo y conseguir que los hábitos asociados tengan una razón de ser.
Los ciclos repetitivos son perfectos en la fabricación de cosas con un mínimo margen de error, pero son catastróficos para nosotros, los humanos imperfectos. Pretender que el día a día sea siempre igual para lograr un sueño no es la fórmula mágica, de hecho aquí la magia no es bienvenida. El éxito suele aparecer cuando se hacen las cosas de manera distinta en medio de la incomodidad. El único ciclo repetitivo y eficiente que funciona es el de buscar en todo momento innovación y mejora continua.
Un cronograma estático es como el menú de la abuela: delicioso, sin duda, pero siempre sabremos cuál será (abuelas del mundo, es con todo el cariño). Buscamos acomodar nuestra vida en un calendario con un horario, y está bien tener sentido de la organización, el problema está en que nos olvidamos del plan. Un objetivo necesita de recursos, responsables y tiempos de ejecución, pero sobre todo requiere ser parte de un plan maestro flexible al cambio y con etapas en ascenso, de otra manera ¿cómo mediríamos el avance?
Ser productivos no va de acostumbrarse a hacer la misma cosa de buena manera todos los días, una vida productiva implica simplificar nuestros sistemas, repetir lo que funciona con hábitos acordes a nuestros objetivos y sentarse en un banco del parque un lunes por la tarde a comer ese helado que tanto nos gusta. Una vida productiva no es la que implica trabajar incansablemente, sino la que nos permite disfrutar de las cosas simples.
Gracias por leer y hasta la próxima vaina.
Sandra.
Nota: El libro Hábitos Atómicos me ayudó un montón a afrontar el reto del confinamiento por la bendita pandemia. Estando encerrada cultivé hábitos que me hacen sentir bien y me están llevando al sitio que anhelo. Fue una lectura oportuna y la recomiendo al 100%, así como te recomiendo leer este artículo de mi blog vestido de oportunidad y que combina perfecto con este tema: Motivación o disciplina: ninguna de las dos. ¡Gracias otra vez!