Marketing del chantaje

Marketing del chantaje

Si se tiene suerte, el transporte público puede ofrecer aventuras para distraernos de un viaje monótono y agotador, sobre todo si se está en una ciudad hermosa pero vehicularmente caótica como mi querida Medellín. La anécdota que estoy a punto de contarles me ha llevado a la conclusión de que soy un ser humano débil y fácilmente manipulable en lo que respecta a algunas estrategias de marketing.

Estaba con mi madre en un bus en un trayecto corto. Como es común por estos lados del mundo, un vendedor de dulces sube al bus para ofrecer su mercancía. Su tarjeta de entrada era su lenguaje corporal, el de una persona que está cansada de luchar pero no pierde la esperanza, lo que para el comprador potencial es un escenario de lástima y a la vez de agradecimiento por no estar en su posición. Strike uno: la compasión despierta el interés por comprar.

Paso seguido, este amable vendedor suelta su discurso de ventas: «Señoras y señores, disculpen que les incomode, solo vengo a ofrecer estos deliciosos dulces que vienen en surtidos sabores. Su compra me ayudará a dar de comer a mi familia pues estamos en una situación de precariedad. Tengo niños pequeños y por ellos salgo cada día a la calle para conseguir el sustento». Strike dos: la implicación de infantes y una situación vulnerable tienen la venta hecha en un 90%.

Nuestro vendedor previamente había repartido su producto a los pasajeros, y al terminar su discurso pasa para recoger el dinero de quienes decidieron comprar y de los que no pero igualmente le hicieron un aporte. Los otros, entre ellos yo, con toda la educación y asertividad posible, dimos las gracias cuando rechazamos tomar la mercancía. Strike tres: pensaré todo el día en lo mala persona que fui.

Escuchando las razones de peso de nuestro vendedor, mi interior se entristeció y encontré injusto que niños pequeños vivieran la incertidumbre de tener o no un plato de comida en la mesa. Al mismo tiempo, pensé que su historia podría no ser cierta y que probablemente yo estaría contribuyendo aún más a una forma de mendicidad. Así que hice tripas corazón y decidí no hacer dicha compra.

Esto no es una situación exclusiva de países en vías de desarrollo donde impera la pobreza y la economía informal. Es una técnica de ventas milenaria donde se chantajea emocionalmente al consumidor, técnica que han usado grandes marcas con eslóganes del tipo:

    • «¿Cansada de tus arrugas…?: Generación de inseguridad.
    • «Tienes privilegios, nuestros hermanos de África no tanto»: Generación de culpabilidad por tener más que otros.
    • «No te quedes atrás y adquiere lo último en tecnología»: Generación de sentimientos de fracaso.

Cada quien tendrá su método para evaluar el marketing que le llega a los ojos cada día, pero encuentro importante analizar el disfraz en donde se esconden la manipulación y el chantaje emocional, porque al final del día se trata de redes que buscan vaciarnos los bolsillos.

Que los actos de bondad, o de compra, nos satisfagan sin coerciones ni culpas.

Gracias por leer y hasta la próxima vaina.

P.D.: Una hora antes de mi aventura busera, mientras hacía fila para comprar buñuelos, un anciano vendía bolsas de basura con el siguiente argumento: —«Vendo estas bolsitas para poder vivir dignamente»—. Sí, le di algunas monedas y seguí con mi vida. Home run: Mi buena acción del día fue completada pero mi perfil de compradora consciente y de buena samaritana siguen en proceso.

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